El Diario de un Hombre Ermitaño - Episodio 11 "Tardé mucho en volver a verte, mi querida abuela"
Y es que cuando te vi después de muchos años, comprendí que el tiempo no perdona, que envejecemos inevitablemente, que nos llenamos de recuerdos, algunos buenos, malos, tristes pero que tu esencia a pesar de los años es tan pura y tan llena de amor maternal y es aquel sentimiento el que nunca se pierde… mí querida abuela.
Mientras trataba de buscar gratos recuerdos a tu lado, divagando, regrese a mi infancia y recordé episodios llenos de amor, ternura y todos los dulces que escondías para mí cuando tan solo era un niño.
Recordé esas tardes en un pequeño pueblo donde sueles vivir, jugando con mis primos, con ese candor de los niños llenos de creatividad e imaginación, mientras tú nos vigilabas para no meternos en problemas.
Recordé tus historias, esas llenas de seres míticos que nos asombraban con júbilo y regocijo, o aquellas sobre tu infancia que me recuerda a la vida de mujer aventurera que vive en la selva y disfrutaba con grata alegría su vida en un lugar tan pequeño, tranquilo y hermoso.
Recordé las tardes de café cerrero, mientras hacías pan en tu horno de barro y nosotros platicábamos sobre nuestras vidas siendo todos tus nietos ya unos adolescentes.
Recordé el amor que le tenías a mi abuelo, con quien compartiste más de 50 años de casada, tan unidos siempre, que cuando tu ibas de viaje sola y él se aparecía en las siguientes horas simplemente por que no podía estar sin ti.
Y me duele recordar que no estuve el día en que mi abuelo falleció, estaba tan lejos y no concebía el dolor que tenías en ese momento y tan solo me repetías con mucha tristeza diciéndome “ya se fue mi viejito, ya se fue mi viejito” y escucharte fue tan desgarrador que hasta ahora no me recupero de eso.
Recordé tantas cosas al verte después de muchos años, que no me alcanzaba la vida para hacer remembranza de todos y me acerque a ti y te vi con los estragos del tiempo que no perdonan, con tus dolores y tu salud que ha ido decayendo, ya algo olvidadiza, pero mi miraste directamente a los ojos, sonriendo y tan solo al verme me dijiste:
“Yo te conozco, yo te vi cuando eras chiquito, bien chiquito, yo te enseñe a caminar, Pablito eras tan chiquito”.
Palabras tan llenas de amor, que llenaron mis ojos con tantas lágrimas y no tenía palabras para describir cuanto te quiero, cuando significas para mí.
Así que me senté con todo el tiempo del mundo a platicar contigo.
Comparto estas palabras mis queridos lectores, para compartir ese sentimiento, ese amor que nos brindan nuestras madres y sobre todos nuestras abuelas y por qué siempre deberías decirles cuanto las amamos y cuanta falta nos hacen.
Así que me pasaré todo el tiempo que pueda con ella, con mi abuela, pues hace mucho que no lo hacía.
Hasta pronto
Mientras trataba de buscar gratos recuerdos a tu lado, divagando, regrese a mi infancia y recordé episodios llenos de amor, ternura y todos los dulces que escondías para mí cuando tan solo era un niño.
Recordé esas tardes en un pequeño pueblo donde sueles vivir, jugando con mis primos, con ese candor de los niños llenos de creatividad e imaginación, mientras tú nos vigilabas para no meternos en problemas.
Recordé tus historias, esas llenas de seres míticos que nos asombraban con júbilo y regocijo, o aquellas sobre tu infancia que me recuerda a la vida de mujer aventurera que vive en la selva y disfrutaba con grata alegría su vida en un lugar tan pequeño, tranquilo y hermoso.
Recordé las tardes de café cerrero, mientras hacías pan en tu horno de barro y nosotros platicábamos sobre nuestras vidas siendo todos tus nietos ya unos adolescentes.
Recordé el amor que le tenías a mi abuelo, con quien compartiste más de 50 años de casada, tan unidos siempre, que cuando tu ibas de viaje sola y él se aparecía en las siguientes horas simplemente por que no podía estar sin ti.
Y me duele recordar que no estuve el día en que mi abuelo falleció, estaba tan lejos y no concebía el dolor que tenías en ese momento y tan solo me repetías con mucha tristeza diciéndome “ya se fue mi viejito, ya se fue mi viejito” y escucharte fue tan desgarrador que hasta ahora no me recupero de eso.
Recordé tantas cosas al verte después de muchos años, que no me alcanzaba la vida para hacer remembranza de todos y me acerque a ti y te vi con los estragos del tiempo que no perdonan, con tus dolores y tu salud que ha ido decayendo, ya algo olvidadiza, pero mi miraste directamente a los ojos, sonriendo y tan solo al verme me dijiste:
“Yo te conozco, yo te vi cuando eras chiquito, bien chiquito, yo te enseñe a caminar, Pablito eras tan chiquito”.
Palabras tan llenas de amor, que llenaron mis ojos con tantas lágrimas y no tenía palabras para describir cuanto te quiero, cuando significas para mí.
Así que me senté con todo el tiempo del mundo a platicar contigo.
Comparto estas palabras mis queridos lectores, para compartir ese sentimiento, ese amor que nos brindan nuestras madres y sobre todos nuestras abuelas y por qué siempre deberías decirles cuanto las amamos y cuanta falta nos hacen.
Así que me pasaré todo el tiempo que pueda con ella, con mi abuela, pues hace mucho que no lo hacía.
Hasta pronto
Luis Pablo
